lunes, 22 de agosto de 2016

Carta de mí vecina






El cartero debe haber tratado de entregarla. Sin conseguir respuesta y, dado los años que me conoce, dejó la carta para mi vecina Adelaida bajo mi puerta. Seguramente no se enteró de su extenuada y súbita defunción.
Con una extraña melancolía, que semeja el duelo por un pariente, leo en el dorso quién la envió y me asalta la intriga. Adelaida mostraba su tristeza infinita y aparecía, al ponerse el sol, como si necesitara de la intimidad de las sombras para revelar las cartas. Ella me exponía, de su colección, la que consideraba el comienzo de la saga escrita por Aníbal, el sobrino:
Querida tía Adelaida:                                                                     
Ante todo quisiera disculparme por el tono de la última misiva que le envié. No estaba en mi ánimo ofenderla o preocuparla, pero lo apurado de la situación me llevó a esa demencia postal.
Recuerdo en esa, la angustia y la desesperación de Aníbal cuando se lamentaba por el cuidado del pequeño al que su concubina había abandonado durante un ataque de enojo.
Por suerte, o porque Dios protege a los necesitados, no precisé enviarle a la criatura (perdone la exigencia). Una compañera del trabajo, Juana (creo habérsela mencionado), en un rapto de bohemia y amor, se mudó conmigo para hacerse cargo y resultó tan buena persona que no le importa “el qué dirán” de los vecinos.
Entendí entonces que el enojo de la denostada concubina,  tenía el nombre de Juana, y las lágrimas de Adelaida se derramaban por ella al pensar que era la madre de su primer sobrino-nieto.
Al niño se lo ganó enseguida y ya la llama ma-má. Tengo una gran afinidad con ella y ha despertado sentimientos que creía extintos. Hemos formado una estupenda pareja y todo se encarrila.
Miré a Adelaida, desconcertado. Perdida en el guion de Aníbal, creía ser uno de los protagonistas y le seguí el juego para no torturar aún más su alma.
Sé, querida tía, que no nada en la abundancia. Sin embargo, me permito pedirle algún sostén económico. Juana ha debido sacrificar su trabajo para dedicarse de lleno a nuestra pareja y al niño.
Así comenzó el párrafo del dinero y como si leyera una de las revistas de fotonovelas, apreté fuerte la mano de Adelaida para que sintiera mi apoyo y estuviera atenta.
Aunque me molesta reconocerlo, ha tenido mucho tino al no contestar mis demandas. Esa perdida se aprovechó de mí. Holgazaneaba todo el día y solo esperaba el dinero para dejarme. Como dicen: mejor solo que mal acompañado.
Qué brillante narrador, cuán variadas historias. No hay manera de resistirse a querer u odiar a los personajes. Durante mucho tiempo, dudamos con Adelaida si eran diferentes subterfugios para sacarle algo de su pensión o, por su olvido y lejanía, una forma de distraerla.
Esperé la noche, le hablé al Señor para homenajearle una oración a Adelaida que la libere de su particular purgatorio. Rasgué el sobre con excitación y leo con fruición la nueva aventura:
Querida tía Adelaida:
No se angustie por mi silencio. En realidad las cosas marchaban bien, gané una fortuna en la bolsa y con ella compré un velero del blanco más puro. Sus velas escarlatas recorrían el océano Índico frente a África cuando fui raptado por piratas somalíes. Les entregué lo que poseía, pero quieren más, y por eso recurro a su cariño…
Me obligo a hacer un paréntesis en la afiebrada lectura, examino la dirección del remitente, una ciudad no demasiado alejada. Aníbal no sabrá por mi mano del deceso de su tía. Ahora entiendo la oculta locura de Adelaida. Ella entendía el extraño amor literario que Aníbal le profesaba. Hablaré con el cartero, y al hacerme pasar por ella, recibiré las novelas y enredos que él enviará, disparatado, hasta que su insania o la mía se rebelen.


Carlos Caro
Paraná, 21 de agosto de 2016
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Epístola





  
Estimada amiga Magdalena, compañera y por qué no confesarlo, amada:
 Muchos son los motivos de esta misiva. Algunos personales, otros políticos, pero el más acuciante es la alarma que me produce la actividad de mis enemigos. Como espero que esta no sea vista por otros ojos que los tuyos, me permito divagar y recordarte con el mayor de los cariños…
Calor, sol y brillo que encandila, pero no sudor… Llevo horas siguiendo la senda de tierra y el viento recalentado lo evapora apenas sale de mis poros. Parezco un espectro de polvo gris, un fantoche de arena en movimiento totalmente deshidratado. Desesperado, busco alguna sombra o refugio. Estoy tan cansado que me sentaré y dejaré que Dios decida mi destino. Sin embargo, un espejismo multicolor, vibra en la loma y se acerca.
Cómo olvidar tu risa, mi nombre en tu voz y tu alegría al hallarme. A fuego se grabaron en mi cerebro los colores de tu vestido, el flamear del paño que limpió mi cara y el agua que corrió por mi insaciable garganta. Casi inconsciente, te llamé como a mi madre, y desde entonces mi amor por ti creció tutelado por la determinación.
Algunos camaradas del grupo desconfiaron, pero al oír tus argumentos y escuchar la vehemencia con que los defendías, te aceptaron. Los simples, sencillamente, se enamoraron y los inteligentes advirtieron el potencial de tu liderazgo entre las mujeres. Formarías una muralla humana que me defendería.
Comencé la revolución al recorrer los pueblos y ciudades del oeste, a orillas del mar dulce. Di consejos sensatos, respeté a los mayores e introduje la duda sobre la influencia extranjera. Miné la confianza en la burguesía y las instituciones religiosas mostrando los beneficios de una sociedad más igualitaria, del perdón de un Dios más benigno y de una vocación de unión en lugar de la mercantil competencia.
Bregabas a mi lado, despertabas el hambre de libertad femenina y, aun con pocos conocimientos de medicina, curaste a más de un enfermo. Las decenas se hicieron cientos de personas. Los aportes y las donaciones fluyeron como agua y, para mi disgusto, hubo que preparar la logística. Cada acto, cada discurso y cada presentación requerían encontrar el lugar, las vituallas y los recursos. Solo tú y Juan eran capaces de organizar ese caos, los demás daban información general o acomodaban a los concurrentes.
Creo que pequé de orgullo, creí que tenía una misión manifiesta y no supe leer el odio, el miedo y la envidia que generé. A medida que me acercaba a la Capital, la maquinaria política se puso en marcha. Ya fuera por la fuerza, la justicia o la propaganda mentirosa, me detendrían.
Miles me proclamaron, pero no bastarían, no eran suficientes. En el cuartel y embajada extranjera se reunieron los burgueses, los políticos y la curia. No desaprovecharían la oportunidad y munidos de palos y violencia no lo hicieron. Han puesto precio a la delación y he sido condenado de antemano a una parodia de juicio y a un castigo ejemplar con el cual tratarán de que se olvide mi mensaje.
Jesús dice <<Lleno de agónica tristeza noto el frío entre los olivos de Getsemaní y mientras veo acercarse las antorchas, con Judas a la cabeza, palpó aún tu último beso sobre mis labios. >> [98]
Del evangelio apócrifo de sentencias [117] de Tomás.


Carlos Caro
Paraná, 19 de agosto de 2016
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