No puedo…,
no quiero más. Si avizoro delante veo la soledad y la muerte, si me vuelvo,
encuentro a mi historia llena de angustias y dolores, también podrían ser
sonrisas y alegrías, pero el agobio las olvida.
La
muchedumbre pasa a mi lado en pos del porvenir que, como un reloj herido,
pierde el tiempo y se detiene. Avanzo un paso y retrocedo dos.
La nave
de la calzada, cabecea entre las veredas, escora en cada plaza y atraca en un
portal. La alquimia despierta desde la tumba en que la ciencia la ocultó y
renacen los antiguos elementos: fuego, aire, agua y tierra.
Reviven
los seres fantásticos que, desde las tradiciones, los mantienen en perpetuo movimiento y los hace
lo que son.
Hurga
las brasas la salamandra que, con el batir de su cola ardiente provoca la furia
del incendio.
Surcan
el cielo los silfos que acompañan las aves. Ellas son encantadas por los
brillos y la belleza de las mágicas prendas élficas.
Provocan
olas en los ríos, lagos y mares las ondinas. Dirigen en forma de ninfas
acuáticas a los peces hacia las redes que sacian el hambre como lo hicieran
aquellas Náyades romanas.
Los
gnomos, pico y pala, se adentran en simas sin fondo en busca del oro y la
plata. Es tanto su ardor y tanta su codicia que revuelven el magma y un volcán
irrumpe sulfurado.
Eso soy…,
eso quiero ser. Lo mínimo, lo oculto y que está pero no se ve, pues mi casa son
las plantas y los árboles.
Soy el
Boj y el Ébano que, escondidos entre la sombras de las arboledas de la sabana
africana, cuido de los desvalidos y empodero a los chamanes.
Como
Cedro navego con los fenicios portando el culto de Baal. Desde el Líbano
comercio y me expando hasta Cartago. Pruebo los Alpes con Aníbal, pero en
derrota me incinera y esparce sal Escipión al cumplir el “delenda est” del senador.
El Roble
da magia a los druidas con sus brebajes y enloquece a los danzantes de
Versalles con su parqué que gira en cada baile al son de los violines.
A la
Caoba en la Amazonía ocupo y la defiendo con fieras cerbatanas ocultas. Los
imperceptibles dardos que lanzan con curare hacen parecer a las muertes
hechizos selváticos.
En el
Lapacho del Paraguay me convencen los Jesuitas; y los guaraníes, con amor, me
hacen cruz divina ¿Qué opinará Jesús del orgullo de este gnomo?
Al fin
en el frío sur, custodio al Alerce y, si no me extinguen, suelo atestiguar uno
o dos milenios como gigante.
Condenado,
no puedo ser lo que mi alma no reconoce y me expulsa de mi alienación. Gnomo no
soy.
En la
oscuridad salgo del agujero y olfateo, mi pelaje se eriza de miedo y ansiedad.
Mis bigotes tiemblan y mis incisivos parecen crecer por el ayuno. Corro hacia
el aroma a queso mientras me aturde el sonido de mis uñas contra el suelo. Es
entonces cuando comprendo que mi pecado es tan horrendo que ni siquiera habrá un círculo del Dante para castigarme y por eso es que quiero el perdón y
vivir.
Sin embargo, ya es tarde y por más que resisto
y contorsiono, me ahogo con la sangre en la boca.
Y así,
crucificado entre sus garras, ríe el gato y llora dios.
Carlos
Caro
Paraná,
12 de junio de 2016
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