De la
noche vengo, niebla soy y, posado sobre el césped, tranquilo, espero al alba
para echar a volar. Volaré hacía el mundo, dirán, pero el alma me impulsa más
allá.
Un cielo
sin colores me recibe, y juntos nos tornamos en gloria, en presencia y en
incendio al arder las nubes con un espasmo de brillo que solo el celeste podrá
apagar.
Mis alas
son las del viento, las de los pájaros, o las de coloridas mariposas. Se apaga
el lucero, se esconde la luna, y aparece el curvo horizonte que torna redonda a
la tierra. La vuelve planeta girando en un sistema que vaga hacia su destino
milenario.
La luz
del día descubre al río que vuelve a correr desde la fría oscuridad en olas que
la reflejan y, a su vez, extingue la orgullosa y eléctrica del hombre.
Ante una
mesa tatuada de letras, herida de frases y manchada de versos, discurren los
cuentos. Manuscritos en lápiz sobre papel, en letras de molde que destellan en
la pantalla o en extrañas visiones que construye el intelecto. Lo hacen con
propiedad y sapiencia, o con locura y alienación. En soledad, reina la
imaginación y en compañía, la musa y los personajes.
De día, con fiebre, se escriben y de noche con
anhelos, se piensan. No hay paz ni tregua, todo es tema o reflexión. El
veredicto es la condena a una sinrazón durante lo que reste de existencia. Como
no alcanza, crucificamos al reloj con sus agujas, y herido, se desangrará en
regueros de tiempo.
Así, me
confunden los caminos que recorro pues, aunque parecen divergir, sé que el
destino los hará uno. El que sigo desde hace décadas, con tragedias que
sumergen y cimas de genio y amor que tocan las estrellas, se ha complicado. Sin
suspirar, he agonizado y al ver el semblante macabro, con pavor quise huir y
pedir socorro.
¿No
estaba acaso preparado? ¿No había hecho las paces con Dios y con el hombre? ¿Fue
falta de fe y miedo a lo desconocido?
No. Me
dice la mente. No, me dice el corazón. Y no, me acorrala el alma. De las
telarañas del tiempo volvió tu sonrisa, tu compañerismo y tu por siempre jamás.
Aquel que no pronunciaste, aquel que en silencio me diste y al que te ató el amor.
El
cariño me acuna como entonces, en la fiera lucha te encuentro a mi lado y en el
rendirse, nunca. Aquí y ahora, resisto por tu voluntad, por tu cuidado y por tu
enseñanza de lo que fui, soy y seré. Así, contigo la huella se alarga y la holla
también la progenie. Los hijos maduran más allá de los primeros sueños y los
hijos de los hijos crecen, felices, hacia un futuro no soñado.
Con
asombro, todos me hacen entender que la trascendencia no necesita de la muerte,
sino de la vida, la vida y la vida…
Carlos
Caro
Paraná,
22 de junio de 2016
Descargar
PDF: http://cort.as/iWss
No hay comentarios:
Publicar un comentario