La gente del lugar no recordaba los
orígenes del basural. Escondido de la gran autopista detrás de un murallón, ni
siquiera lo asociaban con el nombre del barrio: Ciudad Oculta. El largo tapial
encubría las míseras casuchas y a sus paupérrimos ocupantes de la veloz mirada
de los turistas. Ellos pasaban sin la menor curiosidad durante el Mundial de
Fútbol.
El basural constaba de dos secciones.
Por un lado, el volcadero, donde los camiones de limpieza descargaban la
materia orgánica de la metrópolis entera. Por el otro, el relleno sanitario en
el que, perdida la humedad, ésta se compactaba y era cubierta con tierra para que
su putrefacción fuera más limpia.
Con el tiempo, la simple reproducción humana, el trabajo abundante y la
electricidad extendieron el suburbio hasta que
rebasó la prisión de las paredes vergonzantes. Rompió los límites y, con
descontrol, se desarrolló en extraños callejones adoquinados, en casas de
ladrillos y cemento con televisión satelital revelando los males, eternos, de
la sociedad.
Muy de vez en cuando se preguntaban
por el enorme y ruinoso hospital sin terminar. Por su tamaño y color, le decían
el Elefante Blanco y lo veían como testimonio de alguna incomprensible y
olvidada preocupación oficial. Quizás por ello, el nombre de Eva reverberaba en
la calle.
Desde allí, trazo y garabateo, con el efímero orgullo del gladiador
triunfante. En ese arrabal nací, apretado por el gentío, entre dos habitaciones
y la cocina. Parecía huérfano pues mi madre, una ramera perdida, me trasladaba
de una a otra de las piezas, según cuál ocupara para su comercio. Recuerdo a
cinco o seis padrastros…que desaparecen en un borrón de gritos, cachetadas y
alcohol. Cuando aparecía la sangre, mamá reaccionaba, y en su delirio
desprovisto de afecto, los traicionaba sin escrúpulos y los obligaba a
abandonarnos.
Si bien no podía proteger mi cuerpo,
la abuela, con el desespero del pobre y como un desquite a la vida, cuidó mi
mente. Con ese tesón sin claudicaciones y esperanzado de las educadoras, me
enseñó a escribir.
Me mostró un mundo más allá de mi
destino con cada manual, con cada libro que escondía, recelosa, en la caja de
su juventud. Me llevó como infiel, cuando el cura no estaba, a leer su limitada
y sacrosanta biblioteca y luego reverdeció al anotarme en el templo laico de la
mísera escuela. Solo la maestra comprendió sus lágrimas aquel día.
No supe por qué fui su preferido.
Quizás a ese padre que no recuerdo, lo quiso tanto como lo amó mi madre. Me
echaba, para evitar el contagio de la marginalidad, me mandaba a las
bibliotecas y museos de la ciudad y trataba que no me corrompiera. Mas…, con
quince años y una vida envilecida a cuestas, volver o no me da igual y suelo
lucirme en una esquina del centro.
El tacto de un billete desde el
automóvil me despabiló. Un señor de pelo castaño y dientes implantados sonreía
mientras estudiaba mi figura. Lo miré con ojos vacuos y la respiración
jadeante. Ya he aprendido a desentrañar
esa mirada libidinosa en hombres y mujeres.
No me importó. Fui a su casa y como
diablo viejo desaté el infierno. No hubo días ni noches, sólo el lujo de la
comida abundante, el del agua caliente en el baño y el de las lecturas
hambrientas de los libros de su biblioteca. Su cultura era ecléctica, y en el
papel de un Medici, se apasionaba indicándome autores y volúmenes. Como un
felino, me estiré en la comodidad de un colchón, absorbí la estática de las
sábanas de seda y gocé la suavidad de las almohadas de pluma.
Podría haber durado. Podría haberme
acostumbrado a ese hombre; pero su frenesí y fortuna excitó la imaginación y
otra vez lo quise todo. Recuerdo la sorpresa con que vio sus vísceras colgar
desde el tajo con el que le abrí el vientre y el vidrio en los ojos cuando lo
despené al clavarle el cuchillo en el corazón.
Mientras me luzco en una esquina del
centro, siento aún el hedor de la corrupción cuando lo enterré en el relleno
sanitario y, con la normalidad de mi locura, le hice lugar entre la podredumbre
de los huesos de mis amantes.
Carlos Caro
Paraná, 6 de agosto de 2016
Descargar PDF: http://cort.as/kTUZ
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